En la mayoría de las familias, se espera que los hijos trabajen tan pronto  como  tengan  edad  para  ello.  Esta  actividad  puede consistir  en  ayudar  en  las  tareas  domésticas,  hacer  recados  o atender  a  los  hermanos  más  pequeños;  es  decir,  contribuir  en general al cumplimiento de las tareas tradicionales del hogar. En las  familias  dedicadas  a  la  actividad  agraria  o  a  algún  tipo  de industria  familiar,  suele  esperarse  que  los  niños  ayuden  en  las tareas  adecuadas  a  su  edad  y  capacidad.  Estas  actividades  son casi  siempre  a  tiempo  parcial  y,  con  frecuencia,  estacionales. Excepto en los casos en que los niños son objeto de malos tratos o explotación,  este  tipo  de  trabajo  se  define  por  el  tamaño  y  los “valores” de la familia en cuestión; no es remunerado y, normal- mente, no dificulta el crecimiento, la educación y la formación de los niños. En este artículo no se aborda esta forma de trabajo. Se analiza, en cambio, el caso de los niños menores de 14 años que trabajan fuera del marco familiar en diversos sectores, habitual- mente  al  margen  de  las  leyes  y  los  reglamentos  que  regulan  el trabajo  infantil.  Aunque  los  datos  disponibles  son  escasos,  la Oficina de estadísticas de la OIT ha estimado que “sólo en los países en desarrollo, hay al menos 120 millones de niños entre 5 y 14  años  de  edad  que  trabajan  a  tiempo  completo,  y  esta  cifra aumenta  en  más  del  doble  (unos  250  millones)  si  se  incluyen aquéllos para los que el trabajo constituye una actividad secun- daria”  (OIT  1996).  Se  considera  que  las  cifras  obtenidas  con anterioridad deben revisarse al alza, como demuestran los datos recogidos en estudios independientes efectuados en varios países en 1993-1994. Por ejemplo, según esos datos, en Ghana, India, Indonesia y Senegal, un 25 % de los niños se dedican a alguna forma de actividad económica. Para un tercio de ellos, el trabajo es su ocupación principal.
El  trabajo  infantil  está  generalizado,  aunque  es  mucho  más habitual en las zonas desfavorecidas y en desarrollo. Afecta de manera  desproporcionada  a  las  niñas,  que  no  sólo  suelen trabajar un mayor número de horas, sino que, como las mujeres de edad más avanzada, deben realizar además tareas domésticas en una medida muy superior a los hombres en la misma situa- ción. Por término medio, los niños de las áreas rurales tienen el doble de probabilidades de ser económicamente activos; en las familias de trabajadores agrarios migrantes, es casi la norma que todos  los  hijos  trabajen  junto  a  sus  padres.  No  obstante,  la proporción  de  niños  urbanos  que  trabajan  aumenta  regular- mente,  sobre  todo  en  el  sector  informal  de  la  economía.  La mayoría  de  ellos  trabajan  en  los  servicios  domésticos,  aunque muchos están empleados en el sector manufacturero. Si bien la atención  pública  se  ha  centrado  en  algunos  sectores  exporta- dores, como el textil, la confección, el calzado y la fabricación de alfombras, la gran mayoría desarrolla su actividad en puestos de trabajo  orientados  al  consumo  interno.  Con  todo,  el  trabajo infantil  sigue  siendo,  en  general,  más  habitual  en  el  sector agrario que en la industria.
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