A pesar de los numerosos partidarios de la promoción de la salud en el lugar de trabajo, los datos científicos que existen para evaluar estas intervenciones son limitados. La profesión en su conjunto no se ha planteado todavía los aspectos éticos de las actividades de promoción que carecen de un sólido respaldo cien- tífico o de las decisiones de prestar los servicios que producen más beneficios en lugar de los que tienen un efecto demostrado. Irónicamente, los programas actuales se basan en evidencias poco fundadas sobre el aumento de la productividad o la reduc- ción de los costes, el absentismo, los gastos de asistencia sanitaria
y la rotación de los trabajadores. Los estudios están mal diseñados y rara vez incluyen grupos de referencia o un seguimiento a largo plazo. Los pocos que cumplen las normas del rigor científico han aportado escasas evidencias de una rentabilidad positiva de la inversión en estos programas.
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