Los trabajadores migrantes constituyen con frecuencia una parte esencial de la mano de obra de un país. En algunos casos, desa- rrollan habilidades profesionales y capacidades escasas, sobre todo en las áreas de rápido crecimiento industrial. No obstante, estos trabajadores suelen ocupar puestos no cualificados o semicualificados de baja remuneración despreciados por la población autóctona. En este grupo se incluyen los “trabajos que se realizan agachado”, como el cultivo y la cosecha, las tareas manuales del sector de la construcción, los servicios domésticos como la limpieza y la retirada de basuras, y tareas repetitivas escasamente remuneradas, como las realizadas en talleres ilegales de confección o en cadenas de montaje de las industrias ligeras.
Algunos trabajadores migrantes encuentran trabajo en su propio país, pero en los últimos tiempos se trata en su mayoría de trabajadores “externos”, ya que proceden de otros países, habitualmente menos desarrollados. En consecuencia, realizan una contribución extraordinaria a la economía de dos naciones: por un lado, realizan trabajos necesarios en el país en el que prestan sus servicios y , por el otro, envían dinero en metálico a las familias que dejan atrás en su país de origen.
Durante el siglo XIX, un gran número de trabajadores chinos fueron contratados en Estados Unidos y Canadá, por ejemplo, para trabajar en la construcción de los tramos occidentales de los ferrocarriles transcontinentales. Posteriormente, en la segunda Guerra Mundial, mientras los trabajadores norteameri- canos prestaban servicio en las fuerzas armadas o en las indus- trias bélicas, Estados Unidos estableció un acuerdo formal con México conocido como el Programa Bracero (1942–1964), gracias al cual el sector agrario, de vital importancia, dispuso de millones de trabajadores mexicanos temporales. En el período de posguerra, trabajadores “invitados” de Europa meridional, Turquía y el norte de Africa ayudaron a reconstruir los países de Europa occidental asolados por la guerra y, en los decenios de 1970 y 1980, Arabia Saudí, Kuwait y otros países productores de petróleo de Oriente Próximo, de recién estrenada riqueza, reclutaron trabajadores asiáticos para construir sus nuevas ciudades. A principios del decenio de 1980, unos dos tercios de la población activa en los Estados del golfo Arábigo eran trabajadores inmigrantes (el número de trabajadores autóctonos sólo superaba a los foráneos en Bahrein).
Excepto en el caso de los profesores y los trabajadores del sector sanitario, la mayoría de los migrantes han sido varones. No obstante, en la mayor parte de los países y durante los períodos mencionados, a medida que las familias se enriquecían, aumentó la demanda de trabajadores domésticos, en su mayoría mujeres, para llevar a cabo las tareas del hogar y cuidar a los hijos (Anderson 1993). Esta tendencia se ha repetido en los países industrializados, en los que ha aumentado el número de mujeres que se incorporan a la población activa y necesitan ayuda para desempeñar sus tareas domésticas tradicionales.