jueves, 15 de mayo de 2008

Confusión de los axiomas con la realidad en la comunicación

La mayoría de nosotros, ya seamos médicos, científicos o ingenieros, hemos aprendido los métodos axiomáticos en la escuela primaria. De lo contrario, no podríamos entender ni aritmética ni geometría. Sin embargo, son muchos los que confunden conscientemente las hipótesis con los hechos (que pueden ser lo mismo, pero no lo son siempre) en un intento de imponer sus propios valores sociales en un curso específico de acción u omisión. Esto se hace evidente en la manera de presentar, seleccionar, organizar e interpretar la información.
El uso de palabras como accidentes y seguro son buenos ejemplos de ello. Hemos definido los accidentes como acontecimientos que no ocurren de forma natural. La seguridad es un concepto similar. La mayoría de las personas creen que esta palabra significa “libre de daños, lesiones o riesgos” (Webster’s Third International Dictionary 1986). Los riesgos siempre existen, aunque los expertos suelen hablar de “ausencia de riesgo” refiriéndose a un proceso o sustancia química para dar la impresión de que no

existe riesgo, cuando en realidad están suponiendo o pensando en otro significado, como es su creencia de que el riesgo es relati- vamente bajo o “aceptable”, del que no informan al público. Si se trata de un simple error inconsciente, se llama falacia semiló- gica. Si se trata de un error consciente, como ocurre demasiado
a menudo, se trata simplemente de una mentira.
La confusión de los axiomas, los modelos científicos o la evaluación de datos con la realidad inmutable parece agravarse cuando se trata de establecer normas. Los conceptos y métodos axiomáticos utilizados para este fin, cuya validez se supone y confunde muchas veces con la realidad incontrovertible, son entre otros los siguientes:

• umbrales de efectos tóxicos en poblaciones (nunca se encuentran);
• niveles de efectos observados (dependen del método);
• factores de fiabilidad estadística (arbitrarios por definición);
• extrapolaciones exactas de riesgos (raramente coinciden con los datos);
• tolerancias a riesgo cero (existen sólo con exposición cero);
• márgenes de “seguridad” (siempre especulativos);
• viabilidad de los controles (depende de los valores);
• métodos de medición (elección de instrumentos);
• normas fisiológicas (abstracciones de las medias);
• variables de valoración biológicas (estimación de un efecto);
• homogeneidad de estilos de vida y genética (nunca existe).



Estos axiomas se debaten habitualmente como si fueran la verdad. No son más que hipótesis descartables sobre individuos, riesgos y su control, que se basan (en el mejor de los casos) en una información limitada.
Los valores sociales y económicos implícitos en la selección y el uso de estos axiomas guían los juicios políticos de los que gobiernan, gestionan y controlan. Estos valores, y no sólo los datos científicos, determinan las normas medioambientales y biológicas en la comunidad y en el lugar de trabajo. En consecuencia, estos valores, los juicios que se basan en ellos y los axiomas seleccionados también deben juzgarse por su raciona- lidad, es decir, por su éxito a la hora de evitar el riesgo de dolor, muerte y discapacidad.

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