En buena parte de la bibliografía se sigue culpando a las mujeres de elegir trabajos menos competitivos, que se complementan con las responsabilidades familiares. No obstante, los últimos estudios han puesto de manifiesto que los trabajadores no sólo eligen, sino que resultan elegidos para desempeñar un trabajo. Cuanto mayores son la remuneración y la categoría, más restrictivo es el proceso de selección y, si no hay estructuras y políticas públicas que promuevan la igualdad, más probable es que los encargados de la selección elijan a candidatos con carac- terísticas más similares a las propias en lo que respecta a sexo, raza, situación socioeconómica y rasgos físicos. Los prejuicios estereotipados afectan a una amplia gama de capacidades, incluída la de desarrollar el pensamiento abstracto.
Las mujeres no sólo se concentran en profesiones caracterizadas por una remuneración y un reconocimiento bajos y una movilidad física y laboral limitada: la OCDE señala asimismo que las ocupaciones de las mujeres suelen clasificarse en catego- rías amplias que comprenden tareas muy diferentes, mientras que, en el caso de los hombres, se ha desarrollado una clasifica- ción más precisa que influye en la evaluación del trabajo, la remuneración, la movilidad y la detección de los riesgos para la salud y la seguridad en el ambiente de trabajo.
El sector sanitario es probablemente el mejor ejemplo de persistencia de la discriminación por razón de sexo y de subordinación de las capacidades y el rendimiento a las consideraciones referentes a los sexos. En todo el mundo, las mujeres ocupan un lugar protagonista en el sistema de asistencia sanitaria, en calidad de prestadoras, cuidadoras, intermediarias y, debido a sus necesidades reproductivas y a su longevidad, usuarias. Sin embargo, no dirigen el sistema. En la antigua Unión Soviética, donde la proporción de mujeres dedicadas a la actividad médica era mayoritaria, el reconocimiento de esta profesión era relativa- mente escaso. En Canadá, donde el 80 % de los trabajadores sanitarios son mujeres, éstas ganan un 58 % de lo ingresado por los hombres que desarrollan su actividad en el mismo sector, un porcentaje inferior al 66 % habitual en otros sectores. Se han adoptado medidas de igualdad salarial a escala federal y provin- cial para intentar subsanar estas diferencias. En muchos países, a los hombres y las mujeres que realizan trabajos equiparables se les clasifica en categorías profesionales diferentes y, si no hay disposiciones legislativas y prácticas que promuevan la igualdad de remuneración para trabajos de igual valor, las desigualdades se mantienen y las trabajadoras sanitarias, sobre todo las enfer- meras, asumen responsabilidades importantes que no se ven reflejadas en su autoridad, su reconocimiento y su retribución. Es interesante señalar que la inclusión de las actividades sanitarias en la categoría de trabajo penoso por parte de la OIT es reciente.
A pesar de la presencia de un “techo de cristal”, que confi- naba a las mujeres al desempeño de puestos directivos interme- dios y a los puestos más bajos de la escala profesional, el crecimiento del empleo público tanto en los países industrializados como en los países en desarrollo resultó muy beneficioso para las mujeres, en especial para aquéllas con un nivel educativo superior. El estancamiento y la reducción del sector público ha tenido graves efectos negativos en las perspectivas profesionales iniciales de las mujeres. Se trataba de puestos que ofrecían una mayor seguridad social, más oportunidades de movilidad, condiciones de trabajo de calidad y prácticas de empleo más justas. Asimismo, los recortes han dado lugar a un aumento de las cargas de trabajo, falta de seguridad y deterioro de las condiciones de trabajo, sobre todo en el sector sanitario, pero también en los trabajos manuales y en los trabajos sujetos a ritmo mecá- nico, habitualmente desempeñados por mujeres.
Las mujeres no sólo se concentran en profesiones caracterizadas por una remuneración y un reconocimiento bajos y una movilidad física y laboral limitada: la OCDE señala asimismo que las ocupaciones de las mujeres suelen clasificarse en catego- rías amplias que comprenden tareas muy diferentes, mientras que, en el caso de los hombres, se ha desarrollado una clasifica- ción más precisa que influye en la evaluación del trabajo, la remuneración, la movilidad y la detección de los riesgos para la salud y la seguridad en el ambiente de trabajo.
El sector sanitario es probablemente el mejor ejemplo de persistencia de la discriminación por razón de sexo y de subordinación de las capacidades y el rendimiento a las consideraciones referentes a los sexos. En todo el mundo, las mujeres ocupan un lugar protagonista en el sistema de asistencia sanitaria, en calidad de prestadoras, cuidadoras, intermediarias y, debido a sus necesidades reproductivas y a su longevidad, usuarias. Sin embargo, no dirigen el sistema. En la antigua Unión Soviética, donde la proporción de mujeres dedicadas a la actividad médica era mayoritaria, el reconocimiento de esta profesión era relativa- mente escaso. En Canadá, donde el 80 % de los trabajadores sanitarios son mujeres, éstas ganan un 58 % de lo ingresado por los hombres que desarrollan su actividad en el mismo sector, un porcentaje inferior al 66 % habitual en otros sectores. Se han adoptado medidas de igualdad salarial a escala federal y provin- cial para intentar subsanar estas diferencias. En muchos países, a los hombres y las mujeres que realizan trabajos equiparables se les clasifica en categorías profesionales diferentes y, si no hay disposiciones legislativas y prácticas que promuevan la igualdad de remuneración para trabajos de igual valor, las desigualdades se mantienen y las trabajadoras sanitarias, sobre todo las enfer- meras, asumen responsabilidades importantes que no se ven reflejadas en su autoridad, su reconocimiento y su retribución. Es interesante señalar que la inclusión de las actividades sanitarias en la categoría de trabajo penoso por parte de la OIT es reciente.
A pesar de la presencia de un “techo de cristal”, que confi- naba a las mujeres al desempeño de puestos directivos interme- dios y a los puestos más bajos de la escala profesional, el crecimiento del empleo público tanto en los países industrializados como en los países en desarrollo resultó muy beneficioso para las mujeres, en especial para aquéllas con un nivel educativo superior. El estancamiento y la reducción del sector público ha tenido graves efectos negativos en las perspectivas profesionales iniciales de las mujeres. Se trataba de puestos que ofrecían una mayor seguridad social, más oportunidades de movilidad, condiciones de trabajo de calidad y prácticas de empleo más justas. Asimismo, los recortes han dado lugar a un aumento de las cargas de trabajo, falta de seguridad y deterioro de las condiciones de trabajo, sobre todo en el sector sanitario, pero también en los trabajos manuales y en los trabajos sujetos a ritmo mecá- nico, habitualmente desempeñados por mujeres.
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