Para comprender mejor este término, hay que empezar por distinguirlo de otros conceptos relacionados que a menudo se confunden con el de discapacidad. El malentendido más frecuente consiste en equiparar discapacidad con enfermedad. Es frecuente describir a las personas discapacitadas por oposi- ción a las personas sanas y, en consecuencia, como necesitadas de la ayuda de la profesión sanitaria. Sin embargo, las personas discapacitadas, como todas las demás, sólo necesitan ayuda médica en situaciones de enfermedad o patología grave. Aun en los casos en que la discapacidad es el resultado de una enfermedad prolongada o crónica, como la diabetes o una cardio- patía, no es la enfermedad como tal, sino sus consecuencias sociales lo que aquí importa.
La otra confusión más frecuente consiste en equiparar discapacidad con el estado de salud que es una de sus causas. Por ejemplo, se han elaborado listas en las que se clasifica a las personas discapacitadas por tipos de “discapacidad”, categoría en la que se incluyen, por ejemplo, la ceguera, las malforma- ciones físicas, la sordera o la paraplejia. Estas listas son impor- tantes para determinar a quién se debe considerar discapacitado, con la salvedad de que el uso del término discapa- cidad es inexacto, porque se confunde con deficiencia.
Más recientemente, se ha intentado describir la discapacidad como la dificultad para llevar a cabo determinados tipos de funciones. En consecuencia, una persona discapacitada sería alguien cuya capacidad para actuar en una o varias áreas clave
¾como la comunicación, la movilidad, la destreza y la velocidad¾ está afectada. Una vez más, el problema es que se esta- blece un vínculo directo entre la deficiencia y la pérdida funcional resultante, sin tener en cuenta los factores del entorno, como la disponibilidad de tecnología adecuada para compensar la pérdida funcional hasta hacer que ésta sea insignificante. Entender la discapacidad como el efecto funcional de una deficiencia, prescindiendo de la dimensión del entorno, implica echar toda la culpa del problema al individuo discapacitado. Esta definición perpetúa la tradición de considerar la discapacidad como una desviación respecto de la norma y hace caso omiso de los demás factores individuales y sociales que juntos constituyen el fenómeno de la discapacidad.
La otra confusión más frecuente consiste en equiparar discapacidad con el estado de salud que es una de sus causas. Por ejemplo, se han elaborado listas en las que se clasifica a las personas discapacitadas por tipos de “discapacidad”, categoría en la que se incluyen, por ejemplo, la ceguera, las malforma- ciones físicas, la sordera o la paraplejia. Estas listas son impor- tantes para determinar a quién se debe considerar discapacitado, con la salvedad de que el uso del término discapa- cidad es inexacto, porque se confunde con deficiencia.
Más recientemente, se ha intentado describir la discapacidad como la dificultad para llevar a cabo determinados tipos de funciones. En consecuencia, una persona discapacitada sería alguien cuya capacidad para actuar en una o varias áreas clave
¾como la comunicación, la movilidad, la destreza y la velocidad¾ está afectada. Una vez más, el problema es que se esta- blece un vínculo directo entre la deficiencia y la pérdida funcional resultante, sin tener en cuenta los factores del entorno, como la disponibilidad de tecnología adecuada para compensar la pérdida funcional hasta hacer que ésta sea insignificante. Entender la discapacidad como el efecto funcional de una deficiencia, prescindiendo de la dimensión del entorno, implica echar toda la culpa del problema al individuo discapacitado. Esta definición perpetúa la tradición de considerar la discapacidad como una desviación respecto de la norma y hace caso omiso de los demás factores individuales y sociales que juntos constituyen el fenómeno de la discapacidad.
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